El nuevo orden mundial

Análisis sobre la cumbre de Asia-Pacífico en Pekín y el rol de China como nueva potencia mundial y pieza clave en las relaciones internacionales.

Barack Obama vestido a la usanza oriental

PARIS.- La cumbre de Asia-Pacífico en Pekín confirmó esta semana, si hacía falta, que China es la pieza clave de la partida estratégica que domina las relaciones internacionales. Pero, en este electrizante ajedrez en el que participan tres jugadores, cada cual atiende su juego.

Ese nuevo equilibrio quedó sacralizado esta semana con los gestos de China hacia Estados Unidos y, simultáneamente, con los esfuerzos que desplegó el presidente ruso, Vladimir Putin, para labrar un acercamiento con Pekín.

Es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que el equilibrio planetario tiene un perímetro triangular. Después de la bipolaridad entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética, que dominó la guerra fría, y del monopolio que ejerció Washington desde principios de los 90 hasta las aventuras militares de George W. Bush, ahora la Casa Blanca tuvo que resignarse a admitir a China y Rusia como protagonistas de este nuevo orden geopolítico planetario, que se parece a una cadena construida con eslabones alternados de alianzas y rivalidades.

El cónclave de Pekín, preparado con la minuciosidad de una ópera china, permitió comprender el profundo cambio de clima que se está operando en la cuenca del Pacífico y en el resto del mundo frente a la vertiginosa evolución del equilibrio global de poder. El factor decisivo de ese reajuste es el colosal salto adelante -como decía Mao Tse-tung- de la economía china, que antes de 2020 reemplazará a Estados Unidos como primera potencia económica del planeta.

En forma paralela, el régimen liberal-comunista de Pekín, que ahora preside Xi Jinping, pero que respeta la línea estratégica definida por Deng Xiaoping a partir de 1978, aceleró su empeño para extender su perímetro de influencia en los mares de China Meridional y de China Oriental. Además, intensificó sus esfuerzos para reforzar su arsenal: comenzó a fabricar un sofisticado caza furtivo (J-31), botó su primer portaaviones, mientras construye otros dos y está reforzando su flota de submarinos nucleares con una nueva generación de sumergibles -bautizada clase Tang, según la denominación de la OTAN-.

También es capaz de colocar un hombre en la Luna, posee una panoplia de misiles intercontinentales, tiene los medios y la tecnología para librar una guerra interestelar y rivaliza con la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos en materia de espionaje electrónico.

China, dicho de otra forma, es ahora una potencia militar de primera magnitud, capaz de desafiar el poder que ejercía Estados Unidos sobre el Pacífico desde la Segunda Guerra Mundial.

Desde hace un año los aviones de la US Navy y la US Air Force no pueden pasearse sobre el collar de islas que corren desde Japón hasta Indonesia sin tropezar con la aviación china, que marca lo que considera su territorio.

En agosto último un caza chino pasó a pocos metros de un aparato norteamericano de vigilancia. El episodio estuvo a punto de provocar una colisión aérea y un incidente militar de extrema gravedad.

CARRERA DE ARMAMENTOS

Como resultado de esa escalada, la región entró en una carrera armamentista sin precedente desde la Guerra Fría: en 2013 Asia importó 47% del total de las armas producidas en el mundo, lo que significa un aumento de 40% en relación con 2008. La segunda consecuencia de la política desarrollada por Pekín es que ahora los países asiáticos le temen a China, pero también la respetan y se mueven con sigilo para no despertar al dragón dormido.

La rivalidad entre Pekín y Washington -que se juega en los cielos, en el espacio aéreo y en las profundidades del Pacífico- quedó eclipsada en la superficie por los acuerdos sobre cambio climático, seguridad, visas y comercio de tecnología firmados la semana pasada por Barack Obama y Xi Jinping.

China describió esa aproximación como «un nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias», una definición que planteó ciertos problemas de orden semántico, pues Estados Unidos no está dispuesto -en todo caso, por el momento- a reconocerle el estatus de gran potencia. «La cuestión clave de nuestro tiempo es cómo Estados Unidos y China se van a dividir las responsabilidades en el área Asia-Pacífico», comentó Zhao Chu, analista diplomático y militar independiente que reside en Shanghai.

Ese acercamiento, en todo caso, revivió en cierto modo el histórico enroque practicado por Richard Nixon en 1972, por inspiración de Henry Kissinger. Los acuerdos Mao-Nixon le permitieron a China reforzar su posición frente a la amenaza soviética a cambio de dos concesiones: su apoyo para terminar la Guerra de Vietnam y el reconocimiento de que el Pacífico seguía siendo un mare nostrum para Estados Unidos.

Esa época terminó y ahora Washington se encuentra en la posición inversa. Gran parte de las concesiones norteamericanas están destinadas a equilibrar la presión que ejerce Rusia para convertirse en el principal aliado de China.

A juicio del presidente Vladimir Putin, China aparece como la tabla de salvación que le permitirá resistir el embargo aplicado por Occidente en represalia por el expansionismo ruso en Ucrania. El 9 de noviembre, Putin y Xi firmaron 17 contratos de cooperación económica y militar. El más importante prevé la exportación ilimitada de gas ruso, la construcción de un gasoducto financiado en gran parte por Gazprom y la creación de una línea de tren bala que pondrá a Pekín a 38 horas de Moscú.

Además, Putin consiguió clavarle un cuchillo en el pecho a Estados Unidos al lograr que, en el futuro, los dos países abandonen el dólar y adopten sus respectivas monedas -el rublo y el yuan- para todos sus intercambios comerciales bilaterales, que prometen ser siderales.

El doble juego de China, legítimo desde sus intereses de gran potencia, quedó en evidencia en el brindis de Xi durante el banquete ofrecido a Putin: «Rusia y China deben resistir las presiones de Washington y permanecer unidas en el interés del mundo entero».

Esta nueva versión de equilibrio triangular entre grandes potencias, similar a la que conoció el mundo a principios del siglo XIX y en vísperas de la Primera Guerra Mundial, seguramente dominará el tablero estratégico mundial en los próximos años. El problema de esos ejercicios sobre la cuerda floja es que suelen terminar con un accidente de los acróbatas.

Autor: Luisa Corradini

Fuente: http://bit.ly/1vmeX1M